"En España se busca poco cobijo en los mayores"
Joan Manuel Serrat
EDUARDO TÉBAR
Honesto, ácrata, enamorado de su oficio y de los goles de Messi. Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) encara la madurez fiel a sus ilusiones. Ya lo aclaró hace cuatro décadas el escritor Vázquez Montalbán: "Su canción no es una propuesta convencional adecuada al consumo sentimental del público. Es una declaración vital". Más de una treintena de álbumes testimonian la trayectoria del ´Noi del Poble-sec´, que sopla las velas de los 65 recién cumplidos. "Aunque a mi edad ya no hay nada ´recién´, desde luego", corrige el pionero de la Nova Cançó al otro lado del hilo telefónico.
A pesar de los años, Serrat no ha perdido el espíritu irredento. Ese pacto de principios sellado desde el franquismo. La razón por la que no cantó en Eurovisión. El compromiso artístico que le movió a impulsar a bandas de rock sinfónico de difícil digestión, como Iceberg. O el descaro para oponerse a la represión fascista en los setenta, condenado por ello al exilio en México. Por tal biografía, figuras tan dispares como Kiko Veneno, Santiago Auserón, Los Enemigos o Lole y Manuel veneran públicamente a Serrat.
Recuperado del cáncer de vejiga que le diagnosticaron en 2004, la voz de los poemas de Miguel Hernández y Mario Benedetti vuelve a Granada. La gira ´Serrat 100x100´ le trae con la sola compañía del pianista Ricard Miralles para repasar sus grandes éxitos en versión íntima. Será esta noche, a partir de las 21.00 horas, en el Palacio de Congresos.
-Tiene edad de jubilado y sigue cotizando.
-Me siento estupendamente. Es un placer seguir dedicándome al oficio que me gusta y con la complicidad de la gente.
-¿Aún escribe?
-Sí. Precisamente, ahora estoy trabajando en nuevas historias.
-Hace poco estuvo en Granada su camarada María del Mar Bonet. Declaró su amor inagotable al Mediterráneo, ese ponto al que usted dedicó todo un disco.
-La gente del Mediterráneo tiene una forma muy especial de entenderlo y de verlo. Estamos fundidos con él. De la misma manera que la gente de los valles o la de las montañas se sienten unidos a su paisaje. Se convierte en parte de nuestra genética. El mundo mediterráneo es muy lúdico, muy sensual.
-La última vez que visitó la ciudad fue con Sabina y en el rol de ´pájaros´. ¿Qué tal resultó?
-Sobrevivimos a ella y además con alegría. No tengo el sentimiento de que haya concluido. A pesar de que será difícil repetir una experiencia de este tipo, mi relación con Joaquín me proporciona esta sensación de historia cuya última página aún no está escrita. Y sorprende porque es lo que suele ocurrir con las cosas con las que a uno le queda buen sabor de boca.
-Aquí tiene otro amigo, Miguel Ríos. ¿Por qué le atrae tanto mezclar amistad y trabajo?
-Es una forma de sentirse a gusto. Jamás entendí este oficio como una obligación, a pesar de ser un hombre muy responsable con lo que hago. Me tomo las cosas con mucha seriedad. Pero prefiero rodearme de personas con las que estoy contento y con las que comparto la manera de ver la música y la vida.
-Como su admirado Brassens, ha conseguido instalar varias canciones en la memoria colectiva.
¿Es una hazaña en un país como éste?
-No sólo Francia reconoce a sus mayores. He visto que también sucede en Italia, Inglaterra o Estados Unidos. En general, pasa en buena parte del mundo. Yo me siento muy bien tratado, aunque también hablo por lo que comparto en la profesión. Y debo añadir que no se trata de una cuestión que únicamente atañe a los artistas. También les ocurre a profesionales de otros ámbitos. Se busca poco cobijo en ellos. Por eso es magnífico observar que en otros lugares las cosas funcionan de otra forma.
-Propone una lectura intimista del cancionero. ¿Qué novedad encontrará el público?
-Es un espectáculo muy cercano. Las canciones no llegan a estar desnudas, pero sí en paños menores. Las planteamos con sencillez instrumental y con la elaboración de todo el trabajo que lleva esto.
-¿Persiste su idilio con la poesía?
-Hasta el punto de que preparo en estos momentos el segundo disco con poemas de Miguel Hernández para conmemorar el centenario del nacimiento del autor el año que viene.
-De los granadinos, sólo adaptó el ´Herido de amor´ de Lorca. ¿Por qué no probó con otros autores?
-Hernández no sólo es un poeta de cabecera para mí, sino también un poeta fundamental en la poesía española. Musiqué una vez a Lorca, lo que no quiere decir que Lorca no me interese. Como otros poetas de los que nunca he musicado absolutamente nada y que me parecen maravillosos. Por ejemplo, Quevedo, al que considero imprescindible.
-Usted y Paco Ibáñez predican a los grandes poetas. ¿Han rivalizado alguna vez a la hora de predicar la palabra cantada?
-Entre Paco y yo hay un cariño profundo que supera cualquier rivalidad. Nos conocemos desde hace más de cuarenta años. Hemos compartido muchas cosas y seguimos compartiéndolas. Es un amigo estupendo y un compañero de viaje fantástico.
-En los ochenta decía aquello de "hace veinte años que tenía veinte años". Ahora debe alargar la secuencia...
-Sí. Ahora canto que hace veinte años que digo que hace veinte años que tenía veinte años. Sigo todavía con ello [sonríe]. Estoy contento de poder continuar. Miro atrás y hay algunas cosas de las que me siento más satisfecho que otras. Me alegro de conservar la ilusión por iniciar nuevos proyectos.
-¿Qué queda del Serrat excéntrico que quemaba el escenario para constatar un momento irrepetible?
-Hombre, eso no es una licencia ni una excentricidad. Los valencianos lo hacen cada año. A nadie se le ocurre decir que quemar una falla sea una excentricidad. Aquel concierto fue una excelente falla. El escenario no tenía otro sentido que el ser consumido por el fuego. Se merecía una muerte digna. No podía desaparecer a hachazos, sino con las llamas.
-¿Canta en catalán?
-Por supuesto, nunca he dejado de hacerlo desde que era pequeñito.
-¿Se lo toleran más ahora?
-No es un problema mío, sino de otros, por su escasa tolerancia.
-¿Cómo ve a las dos Españas?
-Mucho mejor en democracia que en dictadura. A pesar de los pesares.
fuente
EDUARDO TÉBAR
Honesto, ácrata, enamorado de su oficio y de los goles de Messi. Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) encara la madurez fiel a sus ilusiones. Ya lo aclaró hace cuatro décadas el escritor Vázquez Montalbán: "Su canción no es una propuesta convencional adecuada al consumo sentimental del público. Es una declaración vital". Más de una treintena de álbumes testimonian la trayectoria del ´Noi del Poble-sec´, que sopla las velas de los 65 recién cumplidos. "Aunque a mi edad ya no hay nada ´recién´, desde luego", corrige el pionero de la Nova Cançó al otro lado del hilo telefónico.
A pesar de los años, Serrat no ha perdido el espíritu irredento. Ese pacto de principios sellado desde el franquismo. La razón por la que no cantó en Eurovisión. El compromiso artístico que le movió a impulsar a bandas de rock sinfónico de difícil digestión, como Iceberg. O el descaro para oponerse a la represión fascista en los setenta, condenado por ello al exilio en México. Por tal biografía, figuras tan dispares como Kiko Veneno, Santiago Auserón, Los Enemigos o Lole y Manuel veneran públicamente a Serrat.
Recuperado del cáncer de vejiga que le diagnosticaron en 2004, la voz de los poemas de Miguel Hernández y Mario Benedetti vuelve a Granada. La gira ´Serrat 100x100´ le trae con la sola compañía del pianista Ricard Miralles para repasar sus grandes éxitos en versión íntima. Será esta noche, a partir de las 21.00 horas, en el Palacio de Congresos.
-Tiene edad de jubilado y sigue cotizando.
-Me siento estupendamente. Es un placer seguir dedicándome al oficio que me gusta y con la complicidad de la gente.
-¿Aún escribe?
-Sí. Precisamente, ahora estoy trabajando en nuevas historias.
-Hace poco estuvo en Granada su camarada María del Mar Bonet. Declaró su amor inagotable al Mediterráneo, ese ponto al que usted dedicó todo un disco.
-La gente del Mediterráneo tiene una forma muy especial de entenderlo y de verlo. Estamos fundidos con él. De la misma manera que la gente de los valles o la de las montañas se sienten unidos a su paisaje. Se convierte en parte de nuestra genética. El mundo mediterráneo es muy lúdico, muy sensual.
-La última vez que visitó la ciudad fue con Sabina y en el rol de ´pájaros´. ¿Qué tal resultó?
-Sobrevivimos a ella y además con alegría. No tengo el sentimiento de que haya concluido. A pesar de que será difícil repetir una experiencia de este tipo, mi relación con Joaquín me proporciona esta sensación de historia cuya última página aún no está escrita. Y sorprende porque es lo que suele ocurrir con las cosas con las que a uno le queda buen sabor de boca.
-Aquí tiene otro amigo, Miguel Ríos. ¿Por qué le atrae tanto mezclar amistad y trabajo?
-Es una forma de sentirse a gusto. Jamás entendí este oficio como una obligación, a pesar de ser un hombre muy responsable con lo que hago. Me tomo las cosas con mucha seriedad. Pero prefiero rodearme de personas con las que estoy contento y con las que comparto la manera de ver la música y la vida.
-Como su admirado Brassens, ha conseguido instalar varias canciones en la memoria colectiva.
¿Es una hazaña en un país como éste?
-No sólo Francia reconoce a sus mayores. He visto que también sucede en Italia, Inglaterra o Estados Unidos. En general, pasa en buena parte del mundo. Yo me siento muy bien tratado, aunque también hablo por lo que comparto en la profesión. Y debo añadir que no se trata de una cuestión que únicamente atañe a los artistas. También les ocurre a profesionales de otros ámbitos. Se busca poco cobijo en ellos. Por eso es magnífico observar que en otros lugares las cosas funcionan de otra forma.
-Propone una lectura intimista del cancionero. ¿Qué novedad encontrará el público?
-Es un espectáculo muy cercano. Las canciones no llegan a estar desnudas, pero sí en paños menores. Las planteamos con sencillez instrumental y con la elaboración de todo el trabajo que lleva esto.
-¿Persiste su idilio con la poesía?
-Hasta el punto de que preparo en estos momentos el segundo disco con poemas de Miguel Hernández para conmemorar el centenario del nacimiento del autor el año que viene.
-De los granadinos, sólo adaptó el ´Herido de amor´ de Lorca. ¿Por qué no probó con otros autores?
-Hernández no sólo es un poeta de cabecera para mí, sino también un poeta fundamental en la poesía española. Musiqué una vez a Lorca, lo que no quiere decir que Lorca no me interese. Como otros poetas de los que nunca he musicado absolutamente nada y que me parecen maravillosos. Por ejemplo, Quevedo, al que considero imprescindible.
-Usted y Paco Ibáñez predican a los grandes poetas. ¿Han rivalizado alguna vez a la hora de predicar la palabra cantada?
-Entre Paco y yo hay un cariño profundo que supera cualquier rivalidad. Nos conocemos desde hace más de cuarenta años. Hemos compartido muchas cosas y seguimos compartiéndolas. Es un amigo estupendo y un compañero de viaje fantástico.
-En los ochenta decía aquello de "hace veinte años que tenía veinte años". Ahora debe alargar la secuencia...
-Sí. Ahora canto que hace veinte años que digo que hace veinte años que tenía veinte años. Sigo todavía con ello [sonríe]. Estoy contento de poder continuar. Miro atrás y hay algunas cosas de las que me siento más satisfecho que otras. Me alegro de conservar la ilusión por iniciar nuevos proyectos.
-¿Qué queda del Serrat excéntrico que quemaba el escenario para constatar un momento irrepetible?
-Hombre, eso no es una licencia ni una excentricidad. Los valencianos lo hacen cada año. A nadie se le ocurre decir que quemar una falla sea una excentricidad. Aquel concierto fue una excelente falla. El escenario no tenía otro sentido que el ser consumido por el fuego. Se merecía una muerte digna. No podía desaparecer a hachazos, sino con las llamas.
-¿Canta en catalán?
-Por supuesto, nunca he dejado de hacerlo desde que era pequeñito.
-¿Se lo toleran más ahora?
-No es un problema mío, sino de otros, por su escasa tolerancia.
-¿Cómo ve a las dos Españas?
-Mucho mejor en democracia que en dictadura. A pesar de los pesares.
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