domingo, 7 de diciembre de 2008

“No hace falta ser feliz para estar a gusto con uno mismo”


Joan Manuel Serrat

A los 65, todavía sube al escenario con placer. La canción, lo teatral, el mundo y la relación con el público según este porteño por adopción.

Marcelo Pavazza
07.12.2008

Siempre argentino. “Comparativamente con otros artistas, soy un privilegiado”, dice Serrat sobre su relación con la Argentina.


Joan Manuel Serrat cruza el lobby del hotel apoyado en el hombro de un amigo, como contándole un secreto. Pasa entre turistas de sombrero y bermudas anchas, bromeando, tan anónimo que de medio centenar de personas sólo dos o tres estiran el cuello y entornan los ojos para reconocerlo (y uno de ellos es este cronista). Protagonista de una escena imposible en cualquier calle de Buenos Aires, de gorra y anteojos de sol, el Nano llega de un paseo a pie por los alrededores y queda en bajar en unos minutos. Cuando reaparece en el bar del hotel lo hace a cara limpia; “hola”, dice –con la ele enrulando la lengua, ese rastro que deja el catalán– y estrecha la mano. Serrat y quienes lo acompañan tienen lo que las abuelas llamaban don de gentes: esa misma noche habrá otro concierto a sala llena en el Gran Rex y ellos están allí, puntuales y caballeros, para el encuentro del catalán con Crítica de la Argentina. Cordial a la manera antigua, con una sonrisa que a cada rato se asoma para desmentir cierta sequedad, el cantante es un entrevistado exigente puesto a esperar las preguntas.


–Parece muy a gusto.


–Argentina es un lugar donde tengo razones para estar bien: tengo amigos, un perfume de años y una historia con la que me siento profundamente ligado. Tengo mucha actividad, lo cual también le sienta bien a mi manera de ser, y tengo mucho cariño por parte de la gente cuando me subo el escenario.


En ese momento, levanta la vista y mira hacia la izquierda. Los dos vemos lo mismo: José Luis Rodríguez, El Puma, está en la mesa de al lado. “Lo conozco”, dice Serrat, y se levanta, disculpándose. El cantante venezolano lo ve y le grita “Joan Manuel”. Se saludan afectuosamente y charlan unos segundos. La escena es gozosa por motivos inexplicables. Un misterio al que Serrat contribuye cuando vuelve: sin el más mínimo comentario se enfoca, cortés, en la entrevista.


–En sus recitales, el público lo obliga a salir muchas veces. Y usted los complace. ¿Nunca se cansa de hacer tantos bises?


–Yo subo al escenario a divertirme, fundamentalmente. La única manera de hacer gozar a la gente, de conmoverla, pues es disfrutar tú y conmoverte tú. Entonces, yo no estoy esperando que el espectáculo acabe y tampoco estoy esperando que el espectáculo acabe conmigo (risas), pero entre una cosa y otra mantengo un cierto equilibrio y trato de corresponder de alguna manera el cariño del público; y la única manera que tengo de hacerlo es conceder esta especie de propina, que en realidad es un regalo que la gente le hace al espectáculo.



–En la actualidad, la vida de gira es más relajada, ¿Eso se trasladó de alguna manera a los conciertos?


–Lo que pasa es que en mi caso cambió mucho también el espacio donde escénicamente me puedo ir moviendo. He pasado de tocar en lugares muy chicos, en salas de fiestas, en cabarets de mala nota, en teatros de la comunidad católica, a teatros mejores, luego a espacios más grandes, plazas de toros, pabellones de deportes, a grandes estadios y ahora quizá me muevo en espacios que son los que más me gustan a mí: ni muy grandes ni muy chicos, y en los cuales haya suficiente capacidad para montar espectáculos que se autofinancien bien y que tampoco sean tan grandes como para que la gestualidad y el detalle se pierdan. Es muy importante que la gente vea hacia dónde miras, cómo miras, cómo mueves la mano. Cierta teatralidad a la que mi espectáculo ha ido girando en los últimos años. Digo "cierta" porque no quiero tampoco excederme en ello.


–Alguna vez bromeó con que esas pausas eran para respirar.


–Repetía la frase maravillosa de (Charles) Aznavour, que dice que cuando uno es joven se toma estos respiros para expresarse, para exprimirse; que cuando se tiene una edad intermedia, digamos unos 40 años, los toma para puntualizar las cosas, y que cuando tiene ya más de 50 los toma para recuperar el aliento.



–Y usted, ¿para qué se los toma?

–Para intentar profundizar en la cercanía de la gente con las historias, ¿no? Un repertorio no es simplemente una canción tras otra: cada canción tiene un sentido, está allí por un motivo, es algo que le va bien a ese momento. Es como una gama de colores o el montaje de unos planos cinematográficos. Y en los conciertos a veces me da muy bien para romper con algo o para iniciar algo el contar alguna historia que tenga que ver con lo que ha ocurrido o con lo que va a venir.

–No faltan las canciones en las que usted hace un diagnóstico del mundo, como “Bienaventurados” o “Disculpe el Señor”, ¿Le duele que sean tan vigentes?


–Sí, me gustaría que se hubiesen desvanecido, pero los pecados de la humanidad están intactos. Y no se aprende de los desastres.

–Se lo nota pesimista…


–Es que hay una clara demostración de que el sistema no sólo no ha funcionado sino que es embustero, tramposo y opaco. Los 20 países supuestamente más poderosos del mundo se han reunido hace unos días y no han sido capaces de definir un sistema financiero mundial transparente. Lo único que les preocupa es inyectar dinero, tal vez para volver otra vez al mismo lugar.


–Una de las historias que cuenta en el escenario es la de su encuentro con un mendigo: usted le ofrece frases y el hombre sólo quiere un poco de dinero. ¿El poder sólo ofrece palabras?


–Yo pienso que las palabras se usan para tapar y ofuscar los cerebros de la gente. La verborrea ha sido común de todos los demagogos, y la demagogia se ha instalado fácilmente en los sueños de la gente. La gente quiere que le solucionen problemas y muchas veces sin importarle tanto cómo se los solucionan. Podemos discutir la moral de los poderosos, pero yo creo también que sería bueno discutir la moral de la sociedad en general: hace falta una sociedad madura, que haya crecido con los mimbres bien ajustados. El desarrollo es posible siempre y cuando sea un desarrollo que nos afecte a todos y en el que todos estemos implicados; pero hoy en día funciona más el sálvese quien pueda que otra cosa.


–¿En medio de tantas dificultades se puede ser feliz?


–Yo creo que la felicidad es un estado muy puntual, muy escaso, y que se nos da en dosis muy pequeñas. Lo que pasa es que tampoco necesariamente por no ser feliz se es infeliz; ni hace falta ser feliz para estar a gusto con uno mismo y estar a gusto con lo que ocurre. A veces no hace falta ser feliz ni para reírse. La felicidad es un estado en el que el alma levita, ¿no? Y son momentos muy escasos. Pero también le puedo decir que en mí la infelicidad es aún más escasa.


–Hay un lugar en el que usted es feliz, el escenario. En este tramo de la gira lo encuentra cantando sólo una canción en catalán; ¿le produce cierta frustración que su producción en ese idioma no se haya dado a conocer demasiado aquí?


–Mire, yo creo que comparativamente con otros artistas soy un privilegiado. Hay mucha gente en Argentina que conoce mi repertorio en catalán. El hecho de que este repertorio exista también ha hecho que mucha gente se interesara por el catalán como idioma y por Cataluña como país. Esto es un trabajo que no muchos han podido hacer, y yo estoy muy contento. ¿Si me basta? Pues, hombre, no del todo, porque uno siempre quiere poder profundizar más en estas cosas.


–¿Y qué piensa cuando más de una vez se dice que lo mejor de su producción está entre 1970 y 1980?


–Que no es un juicio objetivo sino subjetivo, de aquel que escucha. Yo le diría que aquella persona dice que ésa es mi mejor época porque es la que escuchó. Yo le puedo presentar otras manifestaciones en ese sentido que dicen que las mejores canciones mías son las del 60 hasta el 70: es gente que se ha quedado con aquella época y no escuchó nada más. Hay gente muy joven que me ha dicho que las canciones que más les gustaban eran las antiguas. Les he preguntado por una y me han dicho “Esos locos bajitos”, que es del 81. Para ellos es muy antigua.


Lo dice el hombre que no ignora que en la Argentina hay miles que saben de qué año es cada canción, entre tantos otros datos de su biografía. Son los mismos que enronquecen en sus recitales, llevan su retrato en la cartera –un diagnóstico de nivel de devoción inventado por él mismo–, que ayer hacían diez cuadras de cola para comprar entradas apenas los diarios publicaban el aviso y hoy saturan internet o aprietan redial cien veces hasta conseguir el boleto que los meta nuevamente en un ritual que ya lleva 25 años. “Tu nombre me saaabe a hierba”, canta Serrat con ellos, promediando el show, y se disuelven las edades (la de los presentes y la suya: joviales 65 dentro de diez días) y también el tiempo. Ese pisar tierra firme le da seguridad de que aquí sus palabras no se van con el viento. Y acaso eso lo empuje a ensayar algo así como una coda para su última respuesta: “Si usted me lo pregunta –y aunque no me lo pregunte también–, le voy a decir que mi mejor trabajo se llama Mô, y es de 2006. Yo considero que es lo mejor que he hecho. Pero tiene inconvenientes: está escrito en catalán y hecho en una época en que los trabajos discográficos tienen una inmediatez de consumo que no permite que un disco completo pueda ser examinado, degustado y que la gente crezca con sus canciones. Pero pasa con todo: con la literatura, con el cine. El consumo es muy rápido: antes una película estaba en pantalla un montón de tiempo, la gente la degustaba, la incorporaba a su vida, su música se pegaba al oído popular, sus frases al refranero común. Hoy en día es muy difícil que eso pase porque todo va muy deprisa.


–En música, ¿la escritura automática contribuye a eso? Últimamente, a la hora de componer, muchos autores abusan de la enumeración…


–Usted dice los listados. Bueno, yo también he practicado ese recurso en "Cada loco con su tema" y alguna más que ahora no recuerdo. Esto, como todo, se puede hacer bien o se puede hacer mal. Ayer estaba leyendo un poema de Miguel Hernández que es un listado también, pasado por Góngora, es cierto, pero un listado al fin de cuentas; y todos los grandes poetas han caído alguna vez en el recurso. A veces un listado sirve para definir, lo que pasa es que esto se puede hacer de muchas maneras. Pero le aseguro que el que hace mal un listado hace mal también una canción de amor.


“En la Argentina hay mucha frustración; se pasa de la euforia a la depresión”


–Apenas pisa la Argentina le preguntan de todo sobre el país.


–Quiero aclarar una cosa: a mí me preguntan de todo con la pretensión de que conteste a todo. Y yo contesto a todo, lo que ocurre es que yo no lo hago desde un nivel de sabiduría superior, sino desde mi punto de vista, sujeto a cantidad de desinformaciones y errores.


–Pero siempre sabe lo que sucede aquí.


–Mantengo una relación constante con los medios de comunicación del país, me llegan cosas constantemente. Y uno sabe muy bien qué editoriales debe leer y de cuáles se puede prescindir perfectamente. Luego, lo que ocurre en el país es tan exuberante, tan grandioso, que enseguida me llegan los efectos de las ondas.


–¿Siguió el conflicto del Gobierno con el campo? ¿Qué opina?


–Sí, lo seguí. Creo que la decisión del Gobierno de subir esos impuestos fue un tanto arriesgada. El campo no puede ser visto, yo creo, como un lugar de millonarios solamente, de macroexportadores: el campo está formado también por miles y miles de ciudadanos que iban a verse muy afectados en esta historia. Fue una apuesta muy riesgosa que además tuvo un final muy sorprendente con la actitud de Cobos, que fue casi un sainete. Creo que no se midió bien lo que se proponía ni se ajustaron bien las cuentas de lo que podía pasar, y también que ahí ha habido una situación que el Gobierno ha aceptado de alguna forma y que tratará de revertir o de asumir de acuerdo con la decisión de la gente.


–¿Cree que hubo reacciones demasiado fuertes?


–Es que hay mucha frustración. Aquí pasamos de la euforia al corralito –una tremenda historia aún sin resolver– y de ahí otra vez a una euforia cojonuda, de un 9,2% de crecimiento anual. Luego sucede que la realidad se ocupa de colocar nuevamente las cosas en su sitio. Quizá aquí vivamos, en vez de en el oleaje, en el tsunami.


Regreso a España en catalán


Tras seis conciertos en el Gran Rex, Joan Manuel Serrat se presentó en Rosario y Córdoba, para volver a la Capital Federal a realizar cuatro shows más con entradas totalmente agotadas. Luego del receso de fin de año, Serrat regresa a los escenarios en enero de 2009 para el tramo español de la gira. Allí, el 10 y 11 de febrero será protagonista de un acontecimiento único: los festejos del centenario del Palau de la Música Catalana de Barcelona, donde presentará un repertorio cantado íntegramente en catalán.

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