Una Noche de copas, cuentos y política con joan manuel serrat
“El vino ayuda, pero las prefiero sobrias”
Después del show compartió la cena distendida con un grupo de periodistas. Allí estuvo Crítica de la Argentina y ésta es la crónica de una charla que discurrió sobre el Boca del 69 y el lujoso Barça actual, Cristina, Zapatero y Sabina.
Serrat hace una pausa y se pone retórico: “¿Desde cuándo me gusta el vino?, pues desde que iba al mercado a comprarle a mi padre y en el camino tomaba un poco... era pequeño... muy pequeño...”.
Antes y después, Joan Manuel Serrat (catalán, barcelonista, bostero, cantautor, productor y erudito vitivinícola) se mostrará tal como parece que es: un tipo que vivió mucho y bien, que goza de la palabra, del vino, de la historia y del arte que se esconde detrás de cada copa.
“En la uva lo importante es la piel”, sentencia, y enseguida aclara que no hay ninguna metáfora en el dicho. “Hacer vinos es como jugar al póker: tiene premio el que sabe esperar”. También aquí desiste del sobreentendido, pero está implícito: está hablando de la técnica, de la paciencia para no arrebatarse, de la cautela para que las cosas salgan bien.
Serrat revuelve su copa con pulso de relojero. Deja descansar el contenido: a los primeros aromas se lo llevan los ángeles, dice un refrán escocés. Tras unos minutos, prueba el Perinet, el tinto elaborado en sus viñedos de España, esos que tiene desde fines de los 90 muy cerca de la casa de sus abuelos, allá en Tarragona. Como buen catalán, Serrat no esquiva preguntas, no maquilla con cortesía aquello que no considera necesario: “Es mentira que el tinto es mejor, o que es el preferido de los que hacemos vino, sino todo lo contrario: no hay nada mejor que tomar un buen vino blanco. En realidad, es mucho más fácil hacer un buen vino tinto que un buen blanco. Por eso, si tengo que elegir un último vino antes de morir, pues elijo uno blanco”.
La charla tiene lugar en un restaurante de Puerto Madero. Serrat cantó la noche anterior. Tiene una mirada vital e inquieta: sus ojos juguetean buscando palabras justas. Los dedos hacen rolar un corcho. “No, no, momento, lo mío no es un hobby”, aclara. No quiere que nos confundamos: no es que quiso experimentar con las uvas porque estaba haciendo zapping y se aburría en su casa. Dice que lo hace con la seriedad y el profesionalismo necesarios para que algo funcione. “Hay un negocio montado alrededor de esto, no puedo considerarlo un hobby. Es algo importante. Hay gente que depende de ello”.
El cantante arremete contra su bife con papas. Habla de Bachelet y Cristina y admite que le han ofrecido cargos en el gobierno. “¿Que qué pasa con Zapatero? Pues creo que es lo mejor que le puede pasar a España. Aún con sus limitaciones y sus problemas”. “No, no: nunca compuse mejor por tomar vino. Creo que el vino me proporcionó una buena cantidad de buenos momentos. No me ayudó con las mujeres –las prefiero sobrias– pero ayuda a romper barreras”.
El vino de Serrat no se llama Serrat. Tampoco se llama Nano o Mediterráneo. No hay referencias suyas en la etiqueta o en los eslóganes de venta. Si no fuera porque le preguntan, el catalán no hablaría de ese costado de su biografía. Es más: autocrítico, está convencido de que los versos en los que hace referencia directa al vino son los más flojos que ha escrito.
El almuerzo avanza y el vino, justamente, empieza a hacer su trabajo. Serrat comienza a recordar sus primeros escarceos con la Argentina. Mucho antes de cantar o de llenar un Gran Rex. Podemos fantasear con que su primer contacto con la cultura de estas playas tuvo que ver con Borges o con Cortázar, incluso con Palito Ortega o hasta el tango. Pero no. De lo primero que se acuerda es del Boca del 69. “Un equipazo, con Marzolini, Rogel, el peruano Meléndez, el otro flaco, ese que se parecía a Menotti... Ah, Rattín”. Si la violencia es la partera de la historia, el fútbol es el obstetra de los hombres: casi todos encontramos allí un instrumento que nos une a esta vida. Seguimos, animados por la cuarta copa: “¿Cuál es el mejor Barcelona que viste en tu vida?”. “El de ahora, hombre, es infernal”.
Distendido, expansivo, en confianza, Joan Manuel le abre paso al Serrat más histriónico: “Sabina es un gran amigo: a cada restaurante que va pregunta si tienen mi vino. Si no lo tienen, se levanta y se va”. Eso está por hacer él. A la noche vuelve a tocar para su gente. Da unos pasos breves y saluda con una sonrisa. Ingrávida y gentil, como una gota de vino.
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