martes, 23 de septiembre de 2008

Menos voz, más público

Menos voz, más público Joan Manuel Serrat (63)

Con un show austero, las viejas canciones de siempre y un poco desafinado, agota localidades. Por qué tiene más éxito que en España.
Por Ricardo Salton


Hace muchos años, antes de que la Argentina tuviera que soportar a la peor dictadura de su historia, Joan Manuel Serrat era un artista casi de culto. Disfrutaban de sus canciones los intelectuales que circulaban por la porteña avenida Corrientes, los militantes de izquierda que encontraban en él un referente para el cambio social con el que soñaban y los catalanes habitantes de nuestro país que en algunos casos se daban cita en el pequeño espacio del teatro Margarita Xirgu para escucharlo cantar en su lengua materna.

Del mismo modo, era repudiado en las sombras por mentes retrógradas que veían en el cantante un peligro moral y político para sus hijos. Eran los tiempos -en nuestra opinión- del mejor Serrat, en los que hizo sus mejores discos, en los que estaba en plenitud como cantante, en los que musicalizó a los grandes poetas españoles, en los que enarbolaba un discurso estético a la vez intimista y social que obligaba a los literatos a considerar los textos de sus canciones como materia de estudio. De aquel comienzo de la década del ’70 es nada menos que "Mediterráneo", uno de los álbumes que merecerían, con toda justicia, estar entre los diez más importantes del siglo XX.

Mucha agua ha pasado desde entonces bajo los puentes, de la Argentina y de España. Francisco Franco murió y cambió radicalmente la geopolítica europea; y nuestro país pudo salir medianamente airoso de sus tiempos más oscuros. Pero Serrat -el ciudadano de este mundo mucho más que el artista- permaneció; o más aún, fue protagonista central en buena parte de esos procesos. Y ese compromiso con las causas justas, su actitud militante frente a la dictadura, sus visitas cuando no era el monumental negocio que es ahora, calaron muy fuertemente en el corazón argentino; y las consecuencias están a la vista.

Artísticamente, está muy lejos de ser el que fuera. La reiteración de clásicos como sostén de sus espectáculos -ya sucedió a fines de 2005 y volvió a ocurrir en esta serie de conciertos por todo el país que acaba de iniciar-, la letanía de la que le cuesta salir a lo largo del recital, cierto humor estudiado -casi como un artista de "stand up"- con anécdotas reales y ficticias lejanas a las profundidades del pasado, álbumes y canciones que no llegan ni remotamente a emular lo mejor de su obra, una garganta que no tiene la lozanía de antes y hasta una enfermedad muy severa de la que afortunadamente logró salir, lo colocan lejos de sus tiempos de gloria. Pero a nadie le importa. O, quizá, por el contrario. Todas estas cosas fueron las que colaboraron para terminar de convertirlo en uno más de nosotros, en el español más argentino o en el porteño que, por una equivocación goegráfica, nació casualmente en Catalunya. Al punto de que ni en su propio país recibe las muestras de afecto ni logra la convocatoria que tiene en el nuestro.

Desde el lugar de la crítica rigurosa podríamos intentar una crónica y una opinión. Relataríamos que en esta nueva visita, Serrat cantó -como en el 2005- acompañado exclusivamente por su guitarra y por el piano de su coterráneo Ricard Miralles. Diríamos que su repertorio incluyó temas inoxidables: "Pueblo blanco", "Mediterráneo", "Penélope", "Lucía", "Cantares", "Para la libertad", "Tu nombre me sabe a hierba", "Fiesta". Agregaríamos que sumó a su lista de temas cuatro de las canciones de "Mô" (su último trabajo), en su idioma pero traducidas previamente. Describiríamos la escenografía y la puesta de su espectáculo como austera, bien acorde al espíritu de este "Serrat 100 x 100" que vino a proponernos. Y ya adentrándonos más en el campo de la opinión, deberíamos también decir que su show tuvo muy poco del brillo de otras épocas, que las canciones nuevas no alcanzan la altura de los clásicos, que los nuevos arreglos -siempre más lentos y casi discurseados- de varios de los temas emblemáticos hacen extrañar sus versiones originales, que su voz muestra problemas que se traslucen en dificultades para los agudos y hasta en desafinaciones.

Frente a ese despliegue de "profesionalismo crítico" se pondrían de punta los pelos de viejos y nuevos seguidores, de los que siguen comprando entradas para verlo y aún de muchos -muchísimos- que hace rato han decidido dejar de acudir a sus espectáculos y quedarse con la fotografía congelada del pasado. Y por cierto, en buena medida tendrían razón para el enojo. Suele decirse que la vida -y esto podría ser trasladado a la carrera de cualquier artista- debe mirarse como una película y no como una foto. Es entonces cuando Serrat se sigue llevando una importante cantidad de premios. Y hoy, el catalán puede darse el lujo de colmar el teatro o el estadio que se le antoje, y vender sus entradas mucho tiempo antes de su llegada, de cantar lo que quiera y como quiera, de armar el repertorio que más le guste, y obtener a cambio exclusivamente cariño y admiración. Y lo tiene bien ganado. Por su lugar de precursor de la canción hispanoamericana, por su compromiso con los países de América Latina, por el amor hacia la Argentina que finalmente ha encontrado reciprocidad masiva -y que no tiene equivalencias con otros lugares del mundo-, por la seducción que ha sabido manejar muy bien y que enloquece a las mujeres de diferentes edades, porque nos ha dejado canciones antológicas que se han convertido en himnos de varias generaciones, alguna de las cuales tatareamos mientras escribimos esta nota.



http://www.revista-noticias.com.ar/comun/nota.php?art=164&ed=1581

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